jueves, 29 de enero de 2015

Dragon Age OriginzZZZZZZZZZ...

Ayer terminé la primera entrega de la famosa saga de BioWare, así que voy a inaugurar el blog comentando las impresiones que reuní durante las no pocas horas que dura su campaña.

Hay dos motivos por los que me molesté en jugar a esto: el primero, que acababa de terminar la trilogía Mass Effect, también de BioWare, y tenía ganas de vivir una aventura similar desarrollada por estos titanes del rol. El segundo, que Origin nos regaló el juego a todos los usuarios. El caso es que jugarlo tras acabar con el ME ha sido contraproducente, pues sólo me he servido para señalar todos los defectos que esta aventura de fantasía tiene en comparación.


Comencemos hablando de la ambientación. ¿Cómo es el universo que BioWare ha creado para nosotros? Pues el tipiquísimo mundo de fantasía que hemos visto mil veces. Tenemos humanos en urbes amuralladas, elfos en bosques y enanos en... ¿lo habéis adivinado? Exacto, ciudades subterráneas. Bueno, y están los qunari, que son simplemente humanos mazados (aunque en Dragon Age II parece que cambian el diseño a humanos mazados con cuernos), pero bueno, apenas tienen presencia.



Nada nuevo en el horizonte.

¿Qué conflictos tienen lugar en este universo? Pues que cada cierto tiempo, surge EL MAL de las entrañas de la tierra y hay que detenerlo para salvar el mundo. Y sí, EL MAL con mayúsculas, porque los antagonistas de este juego no entienden de matices: son malos porque son malos. Es una historia de blancos y negros, un festival de maniqueísmos en el que no hay cabida para los grises, a diferencia de, por ejemplo, los segadores y su calculadora manipulación de la galaxia que ya detallaré en una futura entrada sobre Mass Effect. Igual me estoy equivocando, al fin y al cabo, tras terminar el primer ME tampoco conocías las verdaderas intenciones de los segadores. Pero ya te olías que había algo grande detrás. En cambio, estos engendros tenebrosos de Dragon Age no tienen pinta de dar mucho más de sí.


Como se deja entrever desde el momento en que leemos el título del juego, esta historia también prueba un trozo del pastel al que ninguna fantasía medieval consigue resistirse: los dragones. No tengo nada en contra de ellos, y entiendo lo difícil que debe ser resistirse a un recurso tan atractivo, pero no sé, hazlos interesantes al menos. Los de Skyrim te contaban cosas. 
Pero dragones y engendros tenebrosos aparte, tenemos todo un elenco de novedosos enemigos a los que enfrentarnos: bandidos, lobos, esqueletos, zombis, ¡o incluso arañas! Jamás había visto nada parecido en un juego de este tipo.

Lo cierto es que hay muchos otros juegos que se ajustan a todos estos tópicos de la fantasía medieval y sin embargo me encantan (Skyrim, sin ir más lejos). Pero es que lo compensan con otras cosas.

Hablemos ahora de la jugabilidad. Una de las cosas que menos me han gustado de Dragon Age: Origins ha sido su sistema de combate point and click. Habrá gente a la que no le suponga un problema este sistema, pero a estas alturas de mi vida videojueguil, me aburre soberanamente jugar así, o como mínimo, echo de menos algo más dinámico. Hacer click sobre un enemigo y que tu personaje descargue una retahíla de autoataques sobre él no es ni de lejos tan satisfactorio e inmersivo como sentirte el actor de cada uno de esos golpes, decidir cuándo propinar uno y cuándo bloquear otro, sistema característico de un action RPG. En Skyrim disparé un arco manualmente por primera vez, y fue una experiencia genial, combatir así se sentía vivo, dinámico, te invitaba a moverte, esquivar, esperar al momento preciso. ¿Hay algo peor que recibir el ataque de un enemigo aunque estés a cinco metros de él sólo porque hace dos segundos, mientras cargaba su ataque, estabas delante suyo?

Pero puedo pasar por alto el poco llamativo universo y el sistema point and click. Lo que de verdad ha destrozado mi experiencia ha sido el diseño de niveles. El juego es un mata-mata pasillero. Interminables pasillos infestados de enemigos sin nada interesante de por medio: tan solo la cinemática del final. En Mass Effect también hay pasillos con enemigos, pero lo interesante no está sólo al final o al principio, sino que a lo largo de todo el nivel ocurren cosas: tus compañeros hacen más comentarios, recibes instrucciones y advertencias desde la Normandía, interactúas mucho más con el entorno, y éste cambia contigo. Con lo que sí interactúas en Dragon Age es con los miles de cadáveres que vas dejando a tu paso, o con las tropecientas cajas que tienes que pararte a abrir. No hay nada más anticlimático que, en mitad del asalto a un castillo, tener que pararte a saquear cuerpos o abrir cofres en cada habitación. Nadie haría eso en la realidad, pero tienes que hacerlo porque igual te estás perdiendo un objeto que merece la pena, o una cuantiosa suma de dinero. El juego de Shepard también comete este error en su segunda entrega (ese infame minijuego de emparejar simbolitos para hackear ordenadores que te arruinaba momentos épicos), pero al menos se repetía con mucha menos frecuencia.

«Vale, ya están todos muertos, ¡empezad a registrarlos, muchachos, uno a uno!»


Así que, aunque me pudiera interesar el desarrollo de la trama, mi experiencia de juego se reducía a hacer click contra hordas y hordas de enemigos a lo largo de interminables mazmorras. Por eso dejé el juego durante más de un mes y lo retomé finalmente hace unos días para terminar lo poco que me quedaba y poder hacer una crítica en condiciones. La verdad es que las últimas misiones del juego son más entretenidas, pero sólo por estar situadas en el clímax de la historia. La experiencia jugable sigue siendo totalmente pasillera. 

De Dragon Age: Origins me quedo con la historia y sus personajes. Tampoco es que la trama sea especialmente buena (como ya he mencionado, los enemigos son malvados per se), pero funciona dentro del género de la épica, y no le pido mucho más. Sí que me han gustado mucho varios personajes y sus respectivas subtramas. He notado cierta evolución en ellos, especialmente en Alistair, y me quedo con ganas de hablar de esto con más detalle, pero ya he decidido que esta entrada va a ser spoiler-free. Es una lástima que el juego esté planteado de una forma tan aburrida, porque los personajes merecen la pena, he disfrutado mucho con las puyas que se meten Alistair y Morrigan, con la personalidad fatídica del primero, y la aparente frialdad de la bruja, o los comentarios obscenos de Oghren.

Y bueno, ya que estamos hablando de personajes, comentaré lo que pienso sobre las relaciones románticas (marca de la casa BioWare). El romance aquí tiene una clara ventaja sobre el de Mass Effect: hay más contacto físico. Puedes, por ejemplo, besar a tu pareja en cualquier momento, ya sea en la intimidad de su tienda o en mitad de una misión, ante las miradas del grupo (y con sus consecuentes reacciones). Lo mismo con el sexo, una vez desbloqueado, puedes repetirlo tantas veces como quieras. Esto ayuda a la inmersión, es natural que una pareja se demuestre afecto en el campamento antes de partir en misión al día siguiente. Sin embargo, las relaciones son muy frías: cada potencial amante tiene una barra de afecto que se va llenando con los regalos que le haces. Además, estos regalos pueden ser cualquier cosa, aunque cada personaje tenga sus preferencias. Por ejemplo, a Morrigan le gustan los libros, y si le regalaba uno la barra me subía +6. Pero al final era más fácil regalarle veinte cervezas de +1 cada una.

Al menos todas esas cervezas tuvieron su recompensa.

Este sistema romántico me recuerda al de Los Sims, una barra de afecto que subir con cualquier tipo de interacción hasta que se alcanza un número a partir del cual se desbloquea el sexo. El romance en Mass Effect es distinto. Cuando estás descansando entre misión y misión, puedes buscar a tu tripulación por la Normandía y entablar conversación con ellos. Con el paso del tiempo estas conversaciones van ganando intimidad y surgen las interacciones románticas, pero es un proceso mucho más natural, inmersivo y personal. Es un romance que sigue un guión, y aunque los besos y el sexo están limitados a contadas ocasiones, se compensa por la calidad de la relación. Por último, las escenas de sexo en Dragon Age son explícitas, mientras que Mass Effect apuesta por sugerir más que mostrar. Cada uno es libre de juzgar cuáles prefiere.

Con todo el bombo que se le está dando actualmente a la tercera entrega de la saga, Dragon Age: Inquisition, decidí echarle un vistazo y descubrí que tenía buena pinta. Me gustaría jugarlo, la verdad. Parece fomentar mucho más la exploración, el mundo es enorme y maravilloso gráficamente, y puede que corrija cosas que no me han gustado de esta primera entrega. Pero jugarlo supondría tener que pasarme la segunda parte, considerada una basura infecta por la mayor parte de la comunidad. Y si éste ya me ha parecido un tostón la mayor parte del tiempo, no quiero ni imaginar cómo será la secuela.

Como conclusión, el mayor problema que he tenido con Dragon Age: Origins es que no quería jugarlo, quería verlo. Me pasaba las misiones lo más rápido posible para que llegasen las cinemáticas y las conversaciones. Incluso bajé la dificultad al mínimo para terminarlo antes (cambio que se tradujo en menos clicks que hacer sobre los enemigos). He disfrutado este juego únicamente por sus virtudes literarias y cinematográficas, artes al servicio del videojuego pero que no son el videojuego. Eso no dice mucho de él.

miércoles, 28 de enero de 2015

Presentación.

Me presento, soy eucariota.

Yo.


Vale, ya sabéis que mi material genético no está disperso, ¿qué mas os puedo contar? Soy un animal, me nutro de alimento orgánico y participo activamente en su obtención. Ah, y mi cuerpo está formado por tejidos. Tengo órganos, sistemas… vamos, un eumatozoo de manual. Y antes de que se me olvide, mi cuerpo es simétrico por ambas partes respecto a un plano sagital (igual no del todo, lo sabré cuando me someta a una prueba de proporciones áureas), así que podéis inferir algo más. Exacto, soy deuteróstomo, mi blastoporo se convirtió en un ano cuando apenas era un embrión. Y en esta misma etapa del desarrollo decidí cambiar mi notocorda por una columna vertebral, ¡mucho más funcional, sin duda! Así que soy un cordado vertebrado.


Posible yo.


En fin, yo lo dejaría aquí, pero os quedaríais con la duda de si soy una lamprea, y Dios me libre, ¡vaya bichos más feos! No, no, soy gnatóstomo, tengo mandíbulas articuladas. Y también tetrápodo, así que id guardando la comida para peces.


Bueno, supongo que si he llegado hasta aquí lo mejor será terminar la presentación, así que prosigo. Soy un mamífero. Pero un mamífero terio, ¿eh?, no me vayáis a imaginar así*, o así*. Ah, y no nací en un estado prácticamente embrional por el cual mi madre tuvo que meterme en una bolsa de su vientre para mamar leche hasta desarrollarme, así que tampoco me imaginéis así*. Pero casi todos los órdenes de mamíferos son placentarios, ¿verdad? No acabaremos nunca si los voy descartando uno a uno, así que demos un salto de concreción: soy un primate. Un primate haplorrino, pues no tengo la nariz húmeda ni el olfato tan fino como mis parientes de Madagascar. Venga, más pistas. Soy un simio catarrino, pero no tengo cola, por lo que soy hominoideo (espera, ¿entonces Goku qué es, un cercopitécido o un hominoideo?). Y bueno, si de algo estoy seguro es de que no soy un gibón. Así que por fin, puedo confesar lo que ya era un secreto a voces: soy un homínido.

Ajá, ¿creéis saber ya la respuesta, verdad? Lo que no nos contaron en el colegio es que gorilas, chimpancés y orangutanes también son homínidos. 


Otro posible yo.



Pero no hay una frondosa capa de pelo naranja sobre las manos que escriben esto, lo que me convierte en un homínino. ¡Venga, que ya casi estamos! Si lo pensáis, hemos reducido en un momento todo el reino animal a tres géneros: Gorilla, Pan y Homo. Así que juguemos otra vez al descarte. No puedo arrancarte los brazos de cuajo como quien deshoja una margarita (Gorilla fuera), no me organizo en grupos marcados por una fuerte jerarquía y una agresividad incondicional hacia mis rivales políticos, ni por el contrario en sociedades de paz y amor en las que el sexo es la principal moneda de cambio. Bueno, sí que hago esas cosas, pero soy bípedo (Pan fuera). ¡Habemus genus, soy Homo! Estoy hablando de género taxonómico, no de orientación sexual, que ya os veo venir.

Y bueno, sólo nos queda la especie. Por desgracia, comparto una cosa con animales como el aye-aye o la tortuga laúd: soy la única especie viva de mi género. En otras palabras, estoy solo, todos mis parientes más cercanos están extintos. ¿Y cuál es el único Homo que sobrevive en la actualidad? Enhorabuena, me habéis descubierto.


Soy un ser humano. Varón, blanco, heterosexual, cisgénero, omnívoro, capitalista y de clase social medio-alta.



Soy Juan, y me gusta la taxonomía. Pero he venido aquí a hablar de otras cosas.